Raleigh, Carolina del Norte – El estado de Carolina del Norte ha causado furor recientemente al aprobar una ley que prohíbe a personas transsexuales usar el baño del sexo con el cual se identifican. Al ver cuánto crítica y boicot dicha decisión ha causado, su legislatura propuso enmendar la ley para que los baños en el estado se dividan entre «Homófobos de mierda» y «Gente que solo quiere mear o cagar».

Dos figuras con ganas de mear

Ya pronto habrá baños públicos en Carolina del Norte para gente que simplemente está explotando y no quiere ponerse con melindres. [Imagen suministrada]

La saga de la controvertible ley, mejor conocida como HB2, comenzó con una ordenanza municipal aprobada en la ciudad de Charlotte que prohibía la discriminación en base a orientación sexual o identidad de género. En respuesta, los miembros de la legislatura de Carolina del Norte exclamaron: «¿¡Qué!? ¿¡Igualdad y respeto a la diversidad en una ciudad liberal de nuestro estado!? ¡No mientras exista una mayoría republicana en el gobierno estatal para joder el parto!». Acto seguido, procedieron raudos y veloces a convocar una sesión especial para proponer una ley que le diera marcha atrás a dichas estipulaciones –y cuando decimos «raudos y veloces», lo decimos literalmente, porque les tomó exactamente 11 horas y 10 minutos desde que la ley fue introducida en la Cámara de Representantes hasta que fue firmada por el gobernador. (A modo de contraste, el récord de tiempo de la legislatura para decidir qué pedir para el almuerzo es 27 horas y 3 minutos).

Dan Bishop, la luminaria que concibió HB2, explicó: «Yo no sé de qué tanto se quejan: en mi versión original de la ley, cada ciudad se vería obligada a apostar inspectores peniles a la entrada de cada baño para verificar la carencia, presencia o –¡peor aún!– expresencia de un órgano viril de quien quiera usar las facilidades sanitarias. ¡Los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, como nos enseñaron de chiquitos! Bueno, después de tres extensos minutos de fuerte cabildeo por parte de legisladores liberaloides, accedí a atenuar el lenguaje de la ley para que solo requiriese que las personas usen el baño que concuerda con el sexo que aparece en su certificado de nacimiento –tú sabes, porque es harto sabido que todo el mundo anda por ahí con su acta de nacimiento en la guálet. Éniju, el punto es que nosotros los del Partido Republicano –eternos defensores de la libertad en contra de la intromisión gubernamental– tenemos que velar que no haya penes de más en los baños de las mujeres (o de menos en el de los hombres, claro está). Y así será en nuestro estado… ¡así tenga yo que mirar pa’ los dos la’os cada vez que use los urinales para ver qué se traen entre manos mis compañeros de meado!».

Figuras curioseando en el baño

En las fantasías republicanas, esto es lo que el público debe hacer cuando usa un baño público. [Imagen suministrada]

No empece el tesón con el cual la legislatura atendió este tan presuntamente importante problema, al fin y al cabo terminaron cayéndole chinches tanto al gobernador como al estado en sí –desde compañías como Paypal optando por no expandir sus operaciones hasta artistas rehusando realizar conciertos–, obligando a la legislatura a nuevamente tomar cartas en el asunto. «Para que no sigan jodiendo», concedió Bishop, «hagámoslo simple: que haya un baño para homófobos de mierda como yo que de repente se acaban de percatar de que existen transsexuales en el mundo (a pesar de que siempre han existido), y otro para gente cuya única preocupación es mear o cagar. ¿Ya? ¿Todos contentos? ¿Puedo dedicarme finalmente a radicar otros proyectos de ley para hacerle la vida cuadritos a otras minorías? ¡Mira, que quedan muchas mujeres cuyo acceso a anticonceptivos hay que coartar, y muchos negros cuyo derecho al voto hay que restringir!».

La nueva propuesta de ley fue recibida con beneplácito por la mayoría de los norcarolinenses, quienes no aprecian que cada visita a los sanitarios sea una invitación implícita para que los otros comeantes/cocagantes juzguen quién luce lo suficientemente masculino o femenina como para estar en ese baño. «Antes no podía usar un baño público sin pensar: ¿me veré demasiado machú’a con este recorte?», se preguntó Katherine McAdams, residente de Charlotte. «¿No se supone que, siendo este el siglo 21, yo pueda vestirme como me dé la gana, recortarme como me dé la gana y comportarme como me dé la gana sin temer que venga algún pendejo ultraconservador a hacerme pasar un mal rato cuando vaya al baño? Sin embargo, los cambios que piensan hacerle a la ley me encantan: allá los homófobos de mierda que se arrejunten entre sí con sus temores infundados y sus ‘sincerely-held religious beliefs‘ que, en sus mentes, les permiten ser tan mezquinos como quieran. ¡Yo, feliz al lado de cualquier persona que vaya al baño a hacer lo suyo, no a fijarse qué equipo tiene o dejar de tener quien está en el inodoro del lado!».

Por El Rata